La imperecedera fuerza del mito de Orfeo reside en la conjunción que hace de tres temas eternos: la música, el amor y la muerte.
En efecto, el héroe, armado tan sólo con el mágico hechizo de sus palabras y sones, desciende al tenebroso Hades en busca de su amada Eurídice, penetrando con vida donde sólo penetra un muerto y regresando de donde no cabe retorno…
El mito de Orfeo se estructura en torno a cuatro motivos básicos o mitemas fundamentales:
- Orfeo, hijo de la musa Calíope, tiene mágicos poderes en su música y canto.
- La muerte de su amada Eurídice sume en un inmeso dolor al viudo.
- Su bajada al Hades, el fantasmal inframundo, para intentar rescatar a su mujer.
- Los cantos del solitario Orfeo y su muerte descuartizado por las bacantes.
De todos los episodios de su descenso al
fantasmal inframundo el que más atrajo a los artistas por su gran
emotividad es el de la separación de los amantes en el umbral de los
dos reinos, justo cuando el rescate estaba a punto de llegar a buen
puerto. Así lo narra Virgilio:
“…cuando una súbita locura se apoderó
del incauto amante, que sería perdonable si los Manes supiesen perdonar.
Se detuvo, y ya al borde mismo de la luz, olvidándose y vencido en su
espíritu, se volvió a mirar a su Eurídice. En ese momento todo su
esfuerzo se desvaneció y rompióse el pacto del cruel tirano, y tres
veces se escuchó un estruendo en las lagunas del Averno. Ella dijo “¿Qué
nos ha perdido a mí, desdichada, y a ti, Orfeo? ¿Qué locura tan grande?
Pues por segunda vez los crueles hados me llaman de regreso y el sueño
oculta mis ojos flotantes. Adiós, la inmensa noche me lleva envuelta
mientras tiendo hacia tí mis tenues manos, mas, ay, sin ser tuya”. Así
dijo, y de repente escapó de su vista en dirección opuesta, como el humo
impalpable se mezcla con la luz del día, y no pudo ver más al que
trataba de apresar sombras en vano y de decirle muchas cosas”
Virgilio, Geórgicas, IV, 485-500
¿Qué ha pasado? La obtención del rescate de un alma que, por muerta,
pertenece ya al más Allá, está supeditada al cumplimiento de una
condición: como el bíblico Lot, Orfeo no debe volverse a mirar, pues si
lo hace antes de haber abandonado el mundo inferior Eurídice ya no podrá
acompañarle al mundo de los vivos. Pero Orfeo se vuelve a mirar.
¿Desconfiaba de la palabra de Hades, o tal vez su deseo de ver sin
dilación a Eurídice nubló toda su prudencia? El resultado de su osadía o
su impaciencia es, en todo caso, demoledor: tras haber obtenido una
segunda y excepcional oportunidad, Orfeo la pierde irremisiblemente. Así
representa este drámatico instante el genial Canova en un grupo
escultórico del Museo Correr de Venecia:
Esta trágica historia, que simboliza la limitación de las capacidades
humanas, impotentes ante la destrucción de la Muerte, tiene su más
bella y serena plasmación en el bajorrelieve romano del siglo I aC del
Museo Arqueológico Nacional de Nápoles, que a continuación reproducimos y comentamos:
Los dos amantes se separan en el paso entre el mundo de los muertos y
de los vivos bajo la mirada de Hermes. Toda la escena expresa dolor a
través de las miradas, los gestos, los pliegues, con una sensibilidad
clásica que nos recuerda al gran Fidias. Orfeo viste túnica y
clámide, gorro frigio y altas polainas de piel. En su brazo izquierdo
reposa una lira que ya no toca, como si sus acordes fuesen ya del todo
inútiles. Girado su cuerpo hacia Eurídice, levanta levemente el manto de
ésta para mirar directamente a los ojos de su esposa. Es aquello que
según la condición divina no debía hacer, y por tanto la separación se
anuncia inminente. Aunque la mano izquierda de Eurídice, con peplos de grandes kolpos, se
posa todavía sobre el hombro de Orfeo, su pierna derecha está ya girada
para iniciar la marcha hacia atrás, de nuevo de vuelta al Hades. De
hecho, su brazo derecho está ya enlazado por el pliegue de la clámide de
Hermes Psicopompo, lo que indica que en ese momento la mujer está ya
siendo conducida ineluctablemente por quien guía las almas a los
dominios de la muerte. Hermes, con túnica, clámide y petasos, un
poco apartado para no perturbar la conversación muda de los amantes,
tiene la cabeza alta en contraposición a las de Orfeo y Eurídice,
inclinadas por la tristeza y el abatimiento.
Toda la escena transmite un dolor compuesto, modesto, elegante. En
lugar de por los labios, los amantes hablan con las miradas, con los
gestos, con los mismos pliegues de las prendas. Eurídice conforta con su
mano izquierda a su marido, como diciéndole: "No importa, hiciste lo
que pudiste. Y además lo hiciste por amor". En cuanto a Hermes, ante la
inevitabilidad de la ley dictada por Hades, parece que hace
mecánicamente su tarea, sin entusiasmo alguno.
La armonía compositiva es bellísima y, aunque la lira del héroe ya
está silenciada, el conjunto transmite una musicalidad dulce y conmovedora que
insinúa la tiranía del Destino.