lunes, 4 de octubre de 2021

La Psychomachia charentesa

En las iglesias románicas de las antiguas provincias francesas de Saintonge y Poitou es posible ver, si ponemos atención, a bellas jóvenes vestidas de guerreros que atacan y derrotan a pequeños monstruos demoníacos. ¿Qué representan estas luchas y qué mensaje nos transmiten desde hace casi mil años?



Hay una preciosa iglesia en la via Turonensis, la ruta compostelana más occidental de las Galias, donde esta escena aparece en la portada occidental y en una ventana del hastial del transepto sur. Se trata de San Pedro de Aulnay-de-Saintonge en el Charente-Marítimo, una joya del medievo.

En el mundo simbólico medieval estos combates son representaciones alegóricas de la permanente lucha interior entre el Bien y el Mal que debe librar el creyente, y que en el caso que nos ocupa se plasma en el enfrentamiento entre las Virtudes y los Vicios, que desde San Pablo y los Padres de la Iglesia se sitúa en el centro del orden moral cristiano.


Alabar las virtudes es afirmar la superioridad del alma en el ser humano y, en un mundo donde la salvación es lo primordial, cultivarlas y defenderlas frente a los ataques de los vicios permitirá conseguir la corona de la vida eterna.

Con esta idea Aurelius Prudentius Clemens, (Calahorra, 348 d. C.-c. 410), en un poema titulado Psychomachia, relata en tono épico el combate que libran el ejército de las virtudes contra el de los vicios por el alma:

«La fe primero, con una imprudencia generosa, se precipita en la llanura. Ella desdeña cubrirse con una coraza y un escudo, y avanza, con los senos desnudos, para encontrarse con su enemiga, la vieja idolatría. La pelea es corta: aunque está herida, la Fe triunfa y orgullosamente le pone su pie sobre la cabeza»

En los manuscritos medievales la obra del escritor riojano se ilustraba con miniaturas de combates singulares entre la lujuria y la castidad, la ira y la paciencia, el orgullo y la humildad, el libertinaje y la templanza, la avaricia y  la caridad, y la discordia y la concordia. En el Cotton Ms  Cleopatra CVIII, ff 4-37 de The British Library  se representa así el triunfo de la  paciencia sobre la ira: “permanece impasible bajo el embate de la ira que, con rabia impotente, termina por volver su arma contra sí misma”.


La fuerza del la obra de Prudencio es tal que siete siglos después los imagineros de la época románica retomarán el tema de la lucha de Virtudes y Vicios, pero adaptándolo, pues esculpir en piedra es tarea más ardua: se representa el desenlace de los combates singulares de manera uniforme, generalmente en las arquivoltas de las portadas, personificando las Virtudes, en forma de vírgenes ataviadas como guerreros, fuertemente armadas, triunfando sobre los Vicios, que aparecen como pequeños monstruos a sus pies. Así aparecen en la portada oeste de la iglesia de Aulnay-de-Saintonge, pero es una iconografía frecuente en muchas fachadas de los numerosos templos románicos que salpican la antigua región del Poitou-Charentes. 




Aquí os dejo un pequeño vídeo sobre la  riqueza del románico de esta preciosa región:



Orfeo y la catábasis

La imperecedera fuerza del mito de Orfeo reside en la conjunción que hace de tres temas eternos: la música, el amor y la muerte

En efecto, el héroe, armado tan sólo con el mágico hechizo de sus palabras y sones, desciende al tenebroso Hades en busca de su amada Eurídice, penetrando con vida donde sólo penetra un muerto y regresando de donde no cabe retorno…

El mito de Orfeo se estructura en torno a cuatro motivos básicos o mitemas fundamentales:

  • Orfeo, hijo de la musa Calíope, tiene mágicos poderes en su música y canto.
  • La muerte de su amada Eurídice sume en un inmeso dolor al viudo.
  • Su bajada al Hades, el fantasmal inframundo, para intentar rescatar a su mujer.
  • Los cantos del solitario Orfeo y su muerte descuartizado por las bacantes.

De todos los episodios de su descenso al fantasmal inframundo el que más atrajo a los artistas por su gran emotividad es el de la separación de los  amantes en el umbral de los dos reinos, justo cuando el rescate estaba a punto de llegar a buen puerto. Así lo narra Virgilio:

“…cuando una súbita locura se apoderó del incauto amante, que sería perdonable si los Manes supiesen perdonar. Se detuvo, y ya al borde mismo de la luz, olvidándose y vencido en su espíritu, se volvió a mirar a su Eurídice. En ese momento todo su esfuerzo se desvaneció y rompióse  el pacto del cruel tirano, y tres veces se escuchó un estruendo en las lagunas del Averno. Ella dijo “¿Qué nos ha perdido a mí, desdichada, y a ti, Orfeo? ¿Qué locura tan grande? Pues por segunda vez los crueles hados me llaman de regreso y el sueño oculta mis ojos flotantes. Adiós, la inmensa noche me lleva envuelta mientras tiendo hacia tí mis tenues manos, mas, ay, sin ser tuya”. Así dijo, y de repente escapó de su vista en dirección opuesta, como el humo impalpable se mezcla con la luz del día, y no pudo ver más al que trataba de apresar sombras en vano y de decirle muchas cosas”

Virgilio, Geórgicas, IV, 485-500

¿Qué ha pasado? La obtención del rescate de un alma que, por muerta, pertenece ya al más Allá, está supeditada al cumplimiento de una condición: como el bíblico Lot, Orfeo no debe volverse a mirar, pues si lo hace antes de haber abandonado el mundo inferior Eurídice ya no podrá acompañarle al mundo de los vivos. Pero Orfeo se vuelve a mirar. ¿Desconfiaba de la palabra de Hades, o tal vez su deseo de ver sin dilación a Eurídice nubló toda su prudencia? El resultado de su osadía o su impaciencia es, en todo caso, demoledor: tras haber obtenido una segunda y excepcional oportunidad, Orfeo la pierde irremisiblemente. Así representa este drámatico instante el genial Canova en un grupo escultórico del Museo Correr de Venecia:




Esta trágica historia, que simboliza la limitación de las capacidades humanas, impotentes ante la destrucción de la Muerte, tiene su más bella y serena plasmación en el bajorrelieve romano del siglo I aC del Museo Arqueológico Nacional de Nápoles, que a continuación reproducimos y comentamos:


Los dos amantes se separan en el paso entre el mundo de los muertos y de los vivos bajo la mirada de Hermes. Toda la escena expresa dolor a través de las miradas, los gestos, los pliegues, con una sensibilidad clásica que nos recuerda al gran Fidias. Orfeo viste túnica y clámide, gorro frigio y altas polainas de piel. En su brazo izquierdo reposa una lira que ya no toca, como si sus acordes fuesen ya del todo inútiles. Girado su cuerpo hacia Eurídice, levanta levemente el manto de ésta para mirar directamente a los ojos de su esposa. Es aquello que según la condición divina no debía hacer, y por tanto la separación se anuncia inminente.  Aunque la mano izquierda de Eurídice, con peplos de grandes kolpos, se posa todavía sobre el hombro de Orfeo, su pierna derecha está ya girada para iniciar la marcha hacia atrás, de nuevo de vuelta al Hades. De hecho, su brazo derecho está ya enlazado por el pliegue de la clámide de Hermes Psicopompo, lo que indica que en ese momento la mujer está ya siendo conducida ineluctablemente por quien guía las almas a los dominios de la muerte.  Hermes, con túnica, clámide y petasos, un poco apartado para no perturbar la conversación muda de los amantes, tiene la cabeza alta en contraposición a las de Orfeo y Eurídice, inclinadas por la tristeza y el abatimiento.

Toda la escena transmite un dolor compuesto, modesto, elegante. En lugar de por los labios, los amantes hablan con las miradas, con los gestos, con los mismos pliegues de las prendas. Eurídice conforta con su mano izquierda a su marido, como diciéndole: "No importa, hiciste lo que pudiste. Y además lo hiciste por amor". En cuanto a Hermes, ante la inevitabilidad de la ley dictada por Hades, parece que hace mecánicamente su tarea, sin entusiasmo alguno.

La armonía compositiva es bellísima y, aunque la lira del héroe ya está silenciada, el conjunto transmite una musicalidad dulce y conmovedora  que insinúa  la tiranía del Destino.