El medallón, que también se conocía en el Renacimiento con el término italiano de “tondo” (aféresis de rotondo), designa una obra de arte circular, ya sea una pintura o una escultura. Aunque se pone de moda en la Florencia del Quattrocento, con Andrea de la Robbia, Botticelli, Brunelleschi o Miguel Angel, sus orígenes se encuentran en la Antigüedad Clásica, donde además de medallones conmemorativos (de un tamaño superior al de las monedas, en oro, plata y bronce), también se realizaron pinturas en este formato, tanto en cerámicas, como en frescos murales, o esculturas en relieve para ornamentar construcciones arquitectónicas.
Los tondos abundan en la cerámica griega de figuras rojas, sobre todo en el fondo de las copas llamadas kylix. Famoso es el que representa a Edipo y la esfinge de Tebas, conservado en los museos vaticanos. También son frecuentes en los frescos romanos. Por ejemplo el conocido como la Poetisa de Pompeya (¿Safo?) y conservado en el Museo Arqueológico de Nápoles.
En los arcos de triunfo imperiales también son numerosos. En el de Constantino, cruzado por la Via Triumphalis, se pueden ver algunos de la época de Adriano y otros del primer emperador cristiano.
No podemos dejar de citar las IMAGINES CLIPLEATAE retratos de familiares muertos circunscritos en un marco circular, llamados así por su similitud con los escudos redondos (clipeus), y que remplazaron a máscaras mortuorias (maiorum imagines) modeladas en cera sobre el rostro de los difuntos, que se llevaban por sus parientes próximos en la procesión fúnebre. Tanto máscaras como medallones se conservaban en el atrium de la domus, dentro de armarios o de nichos, cada una de ellas acompañadas de un texto que indicaba nombre, títulos y gestas (titulus et elogium). De la importancia para la sociedad romana de esta costumbre da testimonio el historiador Cayo Salustio:
"He
oído muchas veces a insignes varones de nuestra ciudad afirmar que cuando
miraban las maiorum
imagines sentían en su ánimo un vehemente
anhelo de alcanzar la virtus -el
valor del varón, vir-. Es de saber que ni aquella cera
ni aquella figura tenían en sí tamaño poder, sino que la memoria de las
acciones llevadas a cabo encendía esta llama en el pecho de los varones
egregios, llama que no se amortiguaba hasta que su virtus igualaba la fama y la gloria de
aquellos antepasados"
Cuando, por influencia oriental, los romanos sustituyen la cremación por la inhumación, se trasladan a los sarcófagos estas imagines clipeatas de los difuntos, como en este mágnifico ejemplar conservado en el Museo de las Termas de Diocleciano, en el que Oceano, Tellus, Aquiles y Quirón acompañan al finado.
De la Antigüedad Tardía se conservan los dípticos consulares, obras eborarias, que tanto en Roma como en Constantinopla, los cónsules romanos encargaban para celebrar su acceso al cargo, y se repartían como regalo a los que habían apoyado su candidatura o a aquellos con los que querían congraciarse para el futuro.
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Díptico consular de de Areobindo, Bizancio.
Marfil, 506. Museo del Louvre, París.
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Aunque el tondo más antiguo del Renacimiento es "La Pietá" en témpera sobre tabla de Jean Malouel (1400-1415), activo en el Dijon de los duques de Borgoña, el medallón se puso de moda en la Florencia del Quattrocento asociado a las doctrinas neoplatónicas del humanismo en las que el círculo, la esfera y el disco remiten a la idea de perfección. Casi todos los grandes maestros pintaron o esculpieron un tondo. Como los ejemplos que mostramos acontinuación: "Virgen del Magnificat" de Botticelli; "Tondo Doni" de Miguel Angel; "Virgen con el niño" en terracota esmaltada de Andrea della Robbia y Sátiro con el Dioniso niño del Cortile di Michelozzo del Palazzo Vecchio.
El medallón, por tanto, se puso en boga en el Renacimiento. Y la ciudad más renacentista de España, la plateresca Salamanca, que la arenisca de Villamayor hizo dorada, cuenta con más de un millar de ellos, distribuidos por sus iglesias, palacios y conventos, Plaza Mayor y Universidad. Los más bellos y hermosos se hallan en los edificios del siglo XVI, que fue su gran época.
El profesor Luis Cortés Vázquez, que hizo la primera antología sobre el tema (Cincuenta medallones salmantinos, 1971), los agrupó en las siguientes categorías: Antiguo Testamento; Roma Imperial; Jesucristo, sus Santos, su Iglesia; Reyes de España, y Damas y Caballeros renacentistas.
Del primer grupo destacan varios medallones de la fachada de la iglesia del convento dominico de San Esteban: el sugerente de Eva y el del profeta Elías con el comienzo de la frase "Me consume el celo por el Señor, Dios de los Ejércitos" (1 Reyes, 19:14)
También son muy bellos los medallones de Reyes, Santos y nobles renacentistas:
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RRCC en fachada de la Universidad, con la inscripción: "Los reyes a la Universidad y esta a los Reyes" |
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Santiago en Clavijo, Portal del Colegio del Arzobispo Fonseca |
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Medallón de Dama en el patio del palacio Arial Corvelle |
Sin embargo, hoy nos vamos a referir a un medallón muy interesante que se ubica en la fachada del palacio conocido como de la Salina, por haber sido estanco de sal hasta 1870. El palacio fue mandado construir por Rodrigo de Messía Carrillo (o Mejía), casado con doña Mayor de Fonseca y Toledo, señores de La Guardia, por lo cual también se le conoce como Palacio de don Rodrigo de Messía o de Fonseca. Fue levantado en estilo plateresco italianizante por Rodrigo Gil de Hontañón.
El medallón al que nos referimos representa a una elegante dama del siglo XVI con un opulento seno desnudo que se apresta a morder un aspid. Luis Cortés lo interpreta como el suicidio de Cleopatra (30 aC), tras la batalla de Accio y la muerte de Marco Antonio entre sus brazos atravesado por su propia espada. Cautiva en su palacio de Alejandría, la hija de Ptolomeo XII prefirió renunciar a la vida antes que aceptar el ocaso de la civilización faraónica y jurar obediencia a Octavio, convertido en el 27 a.C. en el primer emperador romano bajo el nombre de César Augusto.
Ante el temor de ser llevada a Roma para ser exhibida en un triunfo, Cleopatra decidió suicidarse. Aunque no está claro cómo se quitó la vida (veneno, cuchillo), la versión de la cobra egipcia en una cesta de higos mencionada con dudas por Estrabón, Plutarco, Dión Casio, Galeno o Suetonio, entre otros, ha acabado imponiéndose como la adecuada forma de morir para esta mítica reina.
Así de laconicamente la refiere Suetonio en su Vida de los Cesáres (Vida de Augusto, 17):
"(Octavio) Deseaba mantener a Cleopatra con vida para su triunfo, e incluso hizo traer a encantadores de serpientes para que chuparan el veneno de su herida, ya que se pensaba que había muerto por la picadura de un aspid"
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Escultura romana de Cleopatra con una diadema
real, de mediados del siglo I a. C. encontrada en una
villa italiana en la Vía Apia, actualmente expuesta
en el Altes Museum de Berlín.
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Sea como fuere, los suicidios de Cleopatra y Marco Antonio fueron, sin duda, un impresionante colofón al trágico final del Helenismo, al menos político, que significó la hegemonía militar de Roma sobre el Mediterráneo Oriental.
Terminamos con los versos de Constatino Cavafis, el gran poeta griego del siglo XX, sobre el abandono de los dioses a la aventura iniciada por la pareja de amantes:
Que el dios abandonaba a Antonio
Cuando de repente, a medianoche, se escuche
pasar una comparsa invisible
con músicas maravillosas, con vocerío;
tu suerte que ya declina, tus obras
que fracasaron, los planes de tu vida
que resultaron todos ilusiones, no llores inútilmente.
Como preparado desde tiempo atrás, como valiente,
di adiós a Alejandría que se aleja.
Sobre todo no te engañes, no digas que fue un
sueño, que se engañó tu oído:
no aceptes tales vanas esperanzas.
Como preparado desde tiempo atrás, como valiente,
como te corresponde a ti que de tal ciudad fuiste digno,
acércate resueltamente a la ventana,
y escucha con emoción, mas no
con los ruegos y lamentos de los cobardes,
como último placer los sones,
los maravillosos instrumentos del cortejo misterioso,
y dile adiós a la Alejandría que pierdes.