sábado, 20 de junio de 2020

Recomendaciones de lecturas sobre temas tratados (y 2)

TEMA 5: Joachim Patinir en el Museo del Prado
  • Una primera aproximación a los primitivos flamencos es esta obra en francés que se publicó con motivo de una exposición en 2018 en el Real Monasterio de Brou, Primitifs flamands. Trésors de Marguerite d'Autriche de Jan van Evck à Jérôme Bosch. La tía de Carlos V, gran mecenas de las artes, reunió una colección de pinturas que en buena parte legó a su sobrino y así acabaron en manos de Felipe II.
  • El clásico estudio de Erwin Panofsky, Los primitivos flamencos, se centra en Hubert y Jan van Eyck, el maestro de Flémalle y Roger van der Weyden.
  • La mejor monografía sobre la obra de Patinir es el catálogo que hizo Alejandro Vergara con motivo de la exposición de 2007 en el Museo Nacional del Prado.
  • Una novela amena y juvenil sobre la pintura de Patinir que se conserva en el monasterio de San Lorenzo del Escorial es El enigma del maestro Joaquín de Sigrid Henck.

TEMA 6: Medallones renacentistas de Salamanca

  • Una buena visión general sobre el arte renacentista es España es el libro de Ana María Arias de Cossío, El arte del renacimiento español, que se puede consultar aquí en pdf.
  • El mejor estudio monográfico sobre el tema es el de Luis Cortés Vázquez, 50 medallones salmantinos, recientemente reeditado.
  • Una novela muy entretenida ambiéntada en la época es El manuscrito de fuego de Luis García Jambrina, en el que el autor de la Celestina, Fernado de Rojas, investiga el asesinato de Don Francés de Zuñiga, antiguo bufón de Carlos V.
                     

miércoles, 17 de junio de 2020

Recomendaciones de lecturas sobre temas tratados (1)

TEMA 1: Pérgamo
  • Una breve pero magnífica introducción sobre el helenismo es la Historia del Helenismo. De Alejandro a Cleopatra escrita por el profesor HEINZ HEINEN, uno de los más destacados especialistas en la materia
  • Casi todos los estudios históricos, arqueológicos y artísticos sobre Pérgamo están en alemán o inglés. Esta breve guía sobre la historia y reconstrucción del Gran Altar es sintética, pero muy didáctica.
  • Las cartas perdidas de Pérgamo de Bruce W. Longenecker es un ficticio intercambio epistolar entre Antipas, noble romano de Pérgamo, y Lucas, el autor del evangelio que lleva su nombre y de los Hechos de los apóstoles, que escribe desde Efeso. Con este recurso, el autor aprovecha para mostrarnos sus diferentes puntos de vista sobre el mundo y la sociedad en la que ambos viven. 

TEMA 2: Acueductos romanos en Hispania
  • El colegio de ingenieros de caminos de Madrid publicó este estudio técnico sobre los principales acueductos romanos en Hispania: Acueductos romanos en España de Carlos Fernández Casado.
  • Una magnífica síntesis sobre la conquista e incorporación de la Península Ibérica por Roma es esta Historia de la Hispania romana de Pedro Barceló y Juan José Ferrer Maestro.
  • El escritor cántabro Pedro Santamaría nos presenta una trepidante novela  que narra las campañas en Hispania del general romano rebelde Sertorio, el primer héroe unificador de los pueblos celtíberos.

TEMA 3: Los mosaicos de Rávena

TEMA 4: El románico del valle de Mena
                                

domingo, 14 de junio de 2020

Un medallón renacentista de Salamanca

El medallón, que también se conocía en el Renacimiento con el término italiano de “tondo” (aféresis de rotondo), designa una obra de arte circular, ya sea una pintura o una escultura. Aunque se pone de moda en la Florencia del Quattrocento, con Andrea de la Robbia, Botticelli, Brunelleschi o Miguel Angel, sus orígenes se encuentran en la Antigüedad Clásica, donde además de medallones conmemorativos (de un tamaño superior al de las monedas, en oro, plata y bronce), también se realizaron pinturas en este formato, tanto en cerámicas, como en frescos murales, o esculturas en relieve para ornamentar construcciones arquitectónicas.

Los tondos abundan en la cerámica griega de figuras rojas, sobre todo en el fondo de las copas llamadas kylix. Famoso es el que representa a Edipo y la esfinge de Tebas, conservado en los museos vaticanos. También son frecuentes en los frescos romanos. Por ejemplo el conocido como la Poetisa de Pompeya (¿Safo?) y conservado en el Museo Arqueológico de Nápoles.



En los arcos de triunfo imperiales también son numerosos. En el de Constantino, cruzado por la Via Triumphalis, se pueden ver algunos de la época de Adriano y otros del primer emperador cristiano.


No podemos dejar de citar las IMAGINES CLIPLEATAE retratos de familiares muertos circunscritos en un marco circular, llamados así por su similitud con los escudos redondos (clipeus), y que remplazaron a máscaras mortuorias (maiorum imagines) modeladas en cera sobre el rostro de los difuntos, que se llevaban por sus parientes próximos en la procesión fúnebre. Tanto máscaras como medallones se conservaban en el atrium de la domus, dentro de armarios o de nichos, cada una de ellas acompañadas de un texto que indicaba nombre, títulos y gestas (titulus et elogium). De la importancia para la sociedad romana de esta costumbre da testimonio el historiador Cayo Salustio:


"He oído muchas veces a insignes varones de nuestra ciudad afirmar que cuando miraban las maiorum imagines sentían en su ánimo un vehemente anhelo de alcanzar la virtus -el valor del varón, vir-. Es de saber que ni aquella cera ni aquella figura tenían en sí tamaño poder, sino que la memoria de las acciones llevadas a cabo encendía esta llama en el pecho de los varones egregios, llama que no se amortiguaba hasta que su virtus igualaba la fama y la gloria de aquellos antepasados"

Cuando, por influencia oriental, los romanos sustituyen la cremación por la inhumación, se trasladan a los sarcófagos estas imagines clipeatas de los difuntos, como en este mágnifico ejemplar conservado en el Museo de las Termas de Diocleciano, en el que Oceano, Tellus, Aquiles y Quirón acompañan al finado.

De la Antigüedad Tardía se conservan los dípticos consulares, obras eborarias, que tanto en Roma como en Constantinopla, los cónsules romanos encargaban para celebrar su acceso al cargo, y se repartían como regalo a los que habían apoyado su candidatura o a aquellos con los que querían congraciarse para el futuro.
Díptico consular de de Areobindo, Bizancio. 

Marfil, 506. Museo del Louvre, París.

Aunque el tondo más antiguo del Renacimiento es "La Pietá" en témpera sobre tabla de Jean Malouel (1400-1415), activo en el Dijon de los duques de Borgoña, el medallón se puso de moda en la Florencia del Quattrocento asociado a las doctrinas neoplatónicas del humanismo en las que el círculo, la esfera y el disco remiten a la idea de perfección. Casi todos los grandes maestros pintaron o esculpieron un tondo. Como los ejemplos que mostramos acontinuación: "Virgen del Magnificat" de Botticelli; "Tondo Doni" de Miguel Angel; "Virgen con el niño" en terracota esmaltada de Andrea della Robbia y Sátiro con el Dioniso niño del Cortile di Michelozzo del Palazzo Vecchio.



 



  



El medallón, por tanto, se puso en boga en el Renacimiento. Y la ciudad más renacentista de España, la plateresca Salamanca, que la arenisca de Villamayor hizo dorada, cuenta con más de un millar de ellos, distribuidos por sus iglesias, palacios y conventos, Plaza Mayor y Universidad. Los más bellos y hermosos se hallan en los edificios del siglo XVI, que fue su gran época.



El profesor Luis Cortés Vázquez, que hizo la primera antología sobre el tema (Cincuenta medallones salmantinos, 1971), los agrupó en las siguientes categorías: Antiguo Testamento; Roma Imperial; Jesucristo, sus Santos, su Iglesia; Reyes de España, y Damas y Caballeros renacentistas.
Del primer grupo destacan varios medallones de la fachada de la iglesia del convento dominico de San Esteban: el sugerente de Eva y el  del profeta Elías con el comienzo de la frase "Me consume el celo por el Señor, Dios de los Ejércitos" (1 Reyes, 19:14)
 
También son muy bellos los medallones de Reyes, Santos y nobles renacentistas: 
RRCC en fachada de la Universidad, con la inscripción:
"Los reyes a la Universidad y esta a los Reyes"

Santiago en Clavijo, Portal del Colegio del Arzobispo Fonseca
Medallón de Dama en el patio del palacio Arial Corvelle
Sin embargo, hoy nos vamos a referir a un medallón muy interesante que se ubica en la fachada del palacio conocido como de la Salina, por haber sido estanco de sal hasta 1870. El palacio fue mandado construir por Rodrigo de Messía Carrillo (o Mejía), casado con doña Mayor de Fonseca y Toledo, señores de La Guardia, por lo cual también se le conoce como Palacio de don Rodrigo de Messía o de Fonseca. Fue levantado en estilo plateresco italianizante por Rodrigo Gil de Hontañón.




El medallón al que nos referimos representa a una elegante dama del siglo XVI con un opulento seno desnudo que se apresta a morder un aspid. Luis Cortés lo interpreta como el suicidio de Cleopatra (30 aC), tras la batalla de Accio y la muerte de Marco Antonio entre sus brazos atravesado por su propia espada. Cautiva en su palacio de Alejandría, la hija de Ptolomeo XII prefirió renunciar a la vida antes que aceptar el ocaso de la civilización faraónica y jurar obediencia a Octavio, convertido en el 27 a.C. en el primer emperador romano bajo el nombre de César Augusto.


Ante el temor de ser llevada a Roma para ser exhibida en un triunfo, Cleopatra decidió suicidarse. Aunque no está claro cómo se quitó la vida (veneno, cuchillo), la versión de la cobra egipcia en una cesta de higos mencionada con dudas por Estrabón, Plutarco, Dión Casio, Galeno o Suetonio, entre otros, ha acabado imponiéndose como la adecuada forma de morir para esta mítica reina.

Así de laconicamente la refiere Suetonio en su Vida de los Cesáres (Vida de Augusto, 17):
"(Octavio) Deseaba mantener a Cleopatra con vida para su triunfo, e incluso hizo traer a encantadores de serpientes para que chuparan el veneno de su herida, ya que se pensaba que había muerto por la picadura de un aspid"


Escultura romana de Cleopatra con una diadema 
real, de mediados del siglo I a. C. encontrada en una 
villa italiana en la Vía Apia, actualmente expuesta 
en el Altes Museum de Berlín.



Sea como fuere, los suicidios de Cleopatra y Marco Antonio fueron, sin duda, un impresionante colofón al trágico final del Helenismo, al menos político, que significó la hegemonía militar de Roma sobre el Mediterráneo Oriental.



Terminamos con los versos de Constatino Cavafis, el gran poeta griego del siglo XX, sobre el abandono de los dioses a la aventura iniciada por la pareja de amantes:








Que el dios abandonaba a Antonio


Cuando de repente, a medianoche, se escuche


pasar una comparsa invisible


con músicas maravillosas, con vocerío;


tu suerte que ya declina, tus obras


que fracasaron, los planes de tu vida


que resultaron todos ilusiones, no llores inútilmente.


Como preparado desde tiempo atrás, como valiente,


di adiós a Alejandría que se aleja.


Sobre todo no te engañes, no digas que fue un


sueño, que se engañó tu oído:


no aceptes tales vanas esperanzas.


Como preparado desde tiempo atrás, como valiente,


como te corresponde a ti que de tal ciudad fuiste digno,


acércate resueltamente a la ventana,


y escucha con emoción, mas no


con los ruegos y lamentos de los cobardes,


como último placer los sones,


los maravillosos instrumentos del cortejo misterioso,


y dile adiós a la Alejandría que pierdes.

 
El baile de las Ménades en el Museo Nacional del Prado. Provistas de tirsos, formaban parte de la comitiva extasiática (Tíaso) de Dioniso, el dios protector de Marco Antonio.

domingo, 7 de junio de 2020

Joachim Patinir, el buen pintor de paisajes

Retratos del pintor flamenco Joachim Patinir.
Grabado por Aegidius Sadeler (izq.) a partir del dibujo que le hizo Durero en 1521 (dcha)
"El buen pintor de paisajes" («der gute Landschaftmaler»). Con este neologismo califica Alberto Durero a Patinir, a quien hace un retrato en su viaje a Amberes en 1521. Y esa apreciación del maestro alemán ha influido, sin duda, en que desde entonces, cuando ya en vida alcanzó gran fama, Patinir haya sido considerado como el primer paisajista de la Historia del Arte.
Aunque no se conservan muchos cuadros suyos (no llegan a la treintena) y no es en la actualidad tan conocido como otros primitivos flamencos, tanto por su creatividad como por su maestría de ejecución mereció grandes elogios entre sus contemporáneos. En 1540, Felipe de Guevara, amigo y consejero artístico de Car­los V y más tarde de Felipe II, en sus Co­mentarios de la pintura, le cita entre los tres más grandes pintores junto a Rogier van der Weyden y Jan van Eyck. Quizá por ello el Rey Prudente, apasionado coleccionista de la pintura flamenca como sus antepasados, llegó a poseer hasta 10 cuadros de Patinir. Gracias a ello hoy Madrid cuenta con 7 obras maestras suyas, de ellas 4 en el Museo del Prado, 1 en el monasterio de San Lorenzo del Escorial, 1 en el Museo Thyssen y 1 en una colección privada.
Las cuatro pinturas de Patinir en el Museo Nacional del Prado
Nacido a orillas del Mosa, en la Valonia francófona, no sabemos nada sobre su formación, que debió hacerse fuera de Namur, ya que no se conocen talleres artísticos en la zona. Puesto que el primer testimonio documental sobre él data de 1515 cuando se inscribe en la Guilda de Amberes se han propuesto varias hipótesis sobre su aprendizaje:
  • Que se iniciara en Brujas en el taller de Gerard David. 
  • Que se formara en Brabante del Norte por su influencia del Bosco. 
  • Que aprendiera en Termonde, cerca de Amberes, en el taller de su futuro suegro, Edward Buyst. 
Tres argumentos avalan su formación en Brujas: la indudable influencia artística de Brujas en el siglo XV, las intensas relaciones comerciales entre Dinant, patria chica de Patinir, y Brujas, y, sobre todo, las influencias estilísticas del taller de David en sus primeras obras. El hecho de que ambos aparezcan juntos en la inscripción de la Guilda de pintores de Amberes ha sugerido, incluso, una colaboración.
El puerto de Amberes. Grabado del siglo XVI.
Hacia 1515, Patinir está establecido en Amberes, que después de la sedimentación del Zwin, con la transferencia de las casas de comercio desde Brujas, se había convertido en el centro de toda la economía internacional y en la ciudad más rica de Europa. Con 50.000 habitantes era la capital azucarera de Europa, el centro de prestamistas y financieros y una urbe cosmopolita de comerciantes (representaba el 40% del comercio mundial) donde llegaban todas la especias de las Indias. Amberes fue el principal mercado de pintura de Europa durante 200 años (fue exportadora neta, incluso Florencia importaba obras de esta ciudad).
Patinir se integra con éxito en este mercado tan competitivo donde no se trabajaba por encargo sino para compradores que buscaban la obra terminada en una lonja de pintores  con más de 300 puestos.

A las características generales técnicas, estilísticas y temáticas de la pintura flamenca del momento (formato de pequeñas dimensiones, trabajo sobre tabla de roble o nogal, empleo de veladuras y del óleo que permitía colores vivos y brillantes, uso de pinceles muy finos y lupas para conseguir un detallismo extremo, recreaciones muy realistas de las calidades táctiles, etc.), Patinir añade su impronta propia, que otorga a sus obras un sello particular que las hace inmediatamente reconocibles.

Paysage avec saint Jérôme, vers 1516-18, huile sur bois, 76,5 × 137 cm, musée du Louvre, Paris
¿Cuáles son esas características de distinguen las pinturas de Patinir?

  1. La primera es, sin duda, el PAISAJE. Patinir lo convierte en el verdadero tema del cuadro (el paisaje como escenario). Para sus predecesores era el telón de fondo de la escena religiosa, a veces visible sólo a través de una ventana. Con Patinir inunda el cuadro, se convierte en protagonista, de tal forma que las escenas religiosas, casi siempre de pequeñas dimensiones, cuesta encontrarlas. Además, en sus paisajes siempre aparecen formaciones rocosas fantásticas de cortes abruptos que se han puesto en relación con las que se ven en Dinant cerca del Mosa.
  2. Sus pinturas sobre tabla presentan casi siempre un FORMATO APAISADO.
  3. HORIZONTES MUY ALTOS, por tanto se representa poco cielo. Las composiciones adoptan un punto de vista elevado para los fondos (a vista de pájaro), aunque en el primer plano parece un efonque frontal.
  4. La tradición miniaturista flamenca se manifiesta en las FIGURAS DE PEQUEÑO TAMAÑO que se distribuyen por el paisaje.
  5. GAMA DE COLOR MUY PECULIAR: pardo en la parte baja, verde en el medio y azul en la parte alta, con un fogonazo blanco muy fuerte, a modo de destello, por encima del horizonte. En efecto, sus composiciones generalmente incluyen tres planos distintos: un primer plano marrón en el que están dispuestas las figuras principales y sus accesorios, así como los elementos minerales y vegetales (rocas, hierbas, flores, un árbol o un arbusto casi muerto); un plano medio, predominantemente verde, donde están representados con delicadeza y precisión muchos personajes en las ocupaciones más diversas; y un fondo con relieves notables de azul intenso,  "azul Patinir", que se une a un cielo nublado del mismo tono, que parece una tormenta amenazante.
Estas características se observan y se mantienen  en la veintena larga de obras -de ellas sólo 5 firmadas- atribuidas al pintor, de quien los especialistas han distinguido tres periodos en su evolución artística.

Etapas en la evolución estilística de Patinir. Elaboración propia.

A los últimos periodos corresponden las cuatro obras que hoy se exponen en el Museo Nacional del Prado y que, problablemente, acompañarían por decisión de Felipe II en San Lorenzo del Escorial a la que aún se guarda en el Monasterio. Se trata de este magnífico Paisaje con San Cristobal, sobre el que hay una entretenida novela juvenil en torno al misterio del cadáver del río.
Paisaje con San Cristobal, h.1521, óleo sobre tabla, 125 cm × 170 cm Monasterio de San Lorenzo del Escorial.
En el Paisaje con san Jerónimo del Prado, tema muchas veces abordado por el pintor, vemos todas sus señas de identidad: Diagonal compositiva que equilibra la soledad de la naturaleza, el desierto (primer plano) con la  actividad cotidiana terrena (segundo plano); Línea del horizonte alta con escaso celaje que anuncia la tormenta; Planos escalonados con los contrastes cromáticos señalados y punto de vista alto.

Además incorpora pasajes de la historia del león recogidos en La leyenda dorada, pero tan minúsculos que hay un protagonismo absoluto del paisaje en relación a las figuras

En el Descanso en la huida a Egipto, otro de los temas fetiches del autor, se sigue el modelo iconografico fijado por Memling, David o Van Cleve siguiendo los apócrifos y la tradición de la miniaturas.
Dispuesta en alto, destacada del resto, el pintor consigue que resaltar por su majestad a María que, con una toca blanca cubriéndole los cabellos, una túnica azul y un manto blanco azulado, está sentada en el suelo, amamantando a su hijo, totalmente vestido. Además representa, incluidos en el paisaje y a menor escala,  los episodios asociados al pasaje: la matanza de los inocentes, el milagro del trigo y la destrucción de los ídolos de Heliópolis. Como otros primitivos flamencos, Patinir no abandona la tradición simbólica medieval:
El árbol junto a María y el manantial que brota entre las rocas a su derecha se relacionan con la iconografía del Paraíso terrenal. Patinir la representa como Madonna lactans, como Mater misericordiae, lo que le otorga un importante papel en la Encarnación y en la Redención. Estas vírgenes responden al sincretismo de las diosas-madre, en particular de la diosa Isis amamantando a Horus y, probablemente, las primeras imágenes aparecieron en el arte copto.
El castaño del segundo plano, a la izquierda de María, se asocia con la resurrección, y sus frutos caídos en el suelo -algunos abiertos dejando ver las castañas-, aluden a la Inmaculada Concepción de María, que por méritos de su Hijo fue concebida sin pecado original.
Este simbolismo del paisaje, muy medieval, convive plenamente con la mirada naturalista de las cosas, fruto de ese empirismo humanista de la época: Labores agrarias, siembra, cerda con gorrinillos, hombre recogiendo leña, paseo con perro y hombre haciendo sus necesidades.

Las tentaciones de San Antonio Abad es una obra maestra de Patinir. Sabemos que con él colaboró con su gran amigo Quinten Massys tal y como se recoge en el Libro de entregas del monasterio del Escorial donde lo envió Felipe II en 1574: "La Tentación de San Antón con tres mujeres en un paisaje; las figuras de mano de Maestre Coyntin y el paisaje de Maestre Joachin". Esta colaboración entre pintores especialistas era bastante frecuente en Flandes.
La escena central representa un episodio no mencionado en los relatos hagiográficos y que más bien sería una síntesis o símbolo de las tentaciones que padeció el santo, cuyos momentos se representan en las escenas diminutas del plano medio: varios momentos de una misma historia contada al modo medieval. En primer plano, en lo alto de una colina, a escala adecuada a las proporciones de la tabla, aparecen  tres mujeres tentando al santo –con nimbo-, : son mujeres jóvenes ricamente vestidas que tratan de apartarle del camino de la virtud, incitándole a la lujuria. La manzana que le ofrece una de las jóvenes -como moderna Eva- alude al pecado original, mientras que la que está a su espalda, acariciándole el cuello, deja ya ver su naturaleza demoníaca en la forma de la cola de su traje. Una alcahueta, bosquiana, que enseña un seno y colmillos, y un mono, símbolo del demonio, que tira del él para hacerle caer, como ya han hecho rosario y concha, se sitúan en la espalda de San Antonio.
Los aspectos tradicionales de la pintura flamenca se manifiestan en todo su esplendor: gusto por el detalle, colorido vivo y brillante, detallismo en la representación de las telas y de las joyas.
En el plano medio, transcurren los ataques de los demonios a san Antonio, incluso en el cielo, entre las nubes amenazadoras, que oscurecen el lado izquierdo de la tabla. La influencia de El Bosco, es evidente, cuyas criaturas demoniacas impactaron tanto que muchos pintores del siglo XVI adoptaron sus modelos en “materia de demonios”.
Sin embargo, el protagonismo del paisaje, visto desde un punto alto, panorámico; la línea de horizonte elevada, el reducido celaje, los luminosos fondos y la retracción cromática de planos, son señas propias de la obra de Patinir.

Su cuarta pintura en el Museo del Prado, es quizá, la más conocida, y para muchos la mejor. Se trata del Paso de la laguna Estigia, en la que la combinacion de fantasía y realismo y la capacidad de evocar la inmensidad y belleza de la naturaleza la convierten en una obra maestra.
Tomando como fuente de inspiración las representaciones anteriores del Paraíso o del Purgatorio del Bosco, decisivas en su proceso y creación final, Patinir reúne en una única composición imágenes bíblicas junto a otras del mundo grecorromano.
La obra destaca por su originalidad y su composición, distinta a la habitual, que como hemos visto estaba formada por planos paralelos escalonados. Favorecido por el formato apaisado de la tabla, el autor divide verticalmente el espacio en tres zonas, una a cada lado del ancho río, en el que Caronte navega en su barca con un alma. Patinir sitúa la escena en el momento en que Caronte ha llegado al lugar en que se abre un canal a cada lado de la Estigia, momento de la decisión final, cuando el alma a la que conduce tiene que optar por uno de los dos caminos: el difícil, señalado por el ángel desde el promontorio, que lleva a la salvación, al Paraíso, y el fácil, con prados y árboles frutales a la orilla, que se estrecha al pasar la curvatura oculta por los árboles y conduce directamente a la condenación, al Infierno. 

A fines de la Edad Media existía toda una serie de metáforas paraexpresar esta idea, tanto bíblica como clásica: ”Entrad por la puerta estrecha. Porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos” Mt 7, 14. La pugna entre la virtud y el placer, de hondas resonancias clásicas, lo retoma Durero en este conocido grabado de Hércules en la encrucijada. El episodio es en realidad una prueba preliminar (por eso aún aparece desnudo) antes de ser considerado digno para los trabajos. El joven Hércules se encuentra, en una encrucijada de dos caminos, a dos jóvenes mujeres, igualmente bellas e inteligentes. Ambas tratan de atraerle: una es la Sensualidad, el Placer (imita a una nereida de Antonio del Pollaiulo). Está tumbada con un sátiro, mitad humano mitad animal, el símbolo por excelencia de la lujuria y la bestialidad en la iconografía clásica. Pretende llevar al héroe por el camino de los placeres y el abandono; la otra es la Castidad, la Virtud, que quiere mostrarle las ventajas de la temperancia. La figura de la Virtud es una agresiva ménade que hace ademán de golpear al Placer. 
Al llevar a cabo esta obra, Patinir la convierte, pues, en un memento mori, en un recordatorio, a quien la contemple, para que quede avisado de que es preciso prepararse para este momento e, imitando a Cristo, seguir el camino difícil, sin hacer caso de los falsos paraísos y tentaciones engañosas.
El modo en que Patinir representa el alma, de estricto perfil, con el rostro y el cuerpo girado en dirección al camino fácil, que lleva a la perdición, confirma que ya ha hecho su elección y que esa es la vía que va a seguir. Esto tal vez responda a cierto pesimismo del autor debido a la edad o a las circunstancias históricas de la Reforma.
En la mitología griega, Caronte (literalmente brillo intenso) 
era el barquero de Hades, encargado de transportar 
las almas de los difuntos en su barca.

Ahí yace Caronte, que gobierna la lúgubre costa. Un sórdido dios: por debajo de su barbilla peluda una larga barba desciende, despeinada y sucia; sus ojos son como hornos huecos en el fuego; una faja, llena de suciedad, une su obsceno atuendo. 

Virgilio, Eneida, 6, 298-301





La influencia bosquiana es, de nuevo, evidente, tanto en las construcciones de cristal del paraiso como en los monstruos y fuegos del infierno.
  
Sin embargo lo que ha dado fama a esta obra son las tonalidades de azul que inundan el cuadro y nos invitan a sumergirnos en ella, atraídos por las frías aguas  de azurita que avanzan hacia los altos horizontes de gran luminosidad sobre que son promesa de salvación.
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jueves, 28 de mayo de 2020

Un tímpano románico del Valle de Mena

El valle de Mena es el municipio más al noreste de la comarca burgalesa de Las Merindades, que, además de su importancia histórica, es un espacio de transición donde confluyen tres elementos geográficos: la meseta, la cordillera cantábrica y el Ebro.

El valle de Mena, que limita con Vizcaya al norte y este (aquí  también con Álava), con el valle de Losa al sur; y con la Merindad de Montija al oeste, es el único 
territorio burgalés en la vertiente cantábrica, adonde, tras unirse al Nervión, vierte el río Cadagua, que constituye el eje del valle, enmarcado al norte y sur por los Montes del Ordunte (con vegetación atlántica) y los Montes de la Peña (recias parameras), respectivamente.
En la Alta Edad Media, el valle de Mena es uno de los territorios integrantes de la Castella Vetula o Castilla primigenia, la Al-Qilà de los cronistas musulmanes, y, en este periodo, adquiere una importancia estratégica considerable en el proceso de reconquista y repoblación.  Será objeto de una intensa colonización agraria encabezada por campesinos y pequeños monasterios como el de San Emeterio y Celedonio de Taranco, mediante el sistema de presura o aprissio. Los habitantes de estas tierras tuvieron que hacer frente a las continuas razzias o aceifas islámicas especialmente devastadoras hasta la muerte de Almanzor.

Un documento procedente de San Millán de la Cogolla, en el que por primera vez aparece la palabra Castilla y Mena nos informa del proceso. El abad Vítulo y su hermano Ervigio fundaron el monasterio de San Emeterio y San Celedonio de Taranco, el 15 de septiembre de 800.

Junto a la fundación de cenobios, el otro elemento en el origen de la eclosión del románico en el valle fueron las peregrinaciones, en concreto, el Camino del Santiago, algunas de cuyas rutas secundarias atravesaban el valle de Mena, por su cercanía a los puertos cantábricos y, por tanto, su carácter de puente entre la Meseta y la costa. 
A lo largo de los siglos XII y XIII, Plena Edad Media, asistimos al proceso de señorialización o feudalización de las aldeas del valle por parte de las instituciones eclesiásticas –Orden de San Juan de Jerusalén y monasterios de Oña, Tabliega y San Millán de la Cogolla– y los linajes nobiliarios locales –Vivanco, Ortiz, Angulo, Gil o Vallejo–, que se van haciendo con el dominio territorial y jurisdiccional de los núcleos de población. A este momento, corresponde también la introducción del estilo románico en el valle, así como la fundación de la puebla de Villasana, la trama urbana que hoy corresponde al casco histórico de esta localidad.

El valle conserva un conjunto románico comarcal destacable, en el que han pervivido 16 iglesias, monasterios y restos varios. Aunque los monumentos más destacados y conocidos son las iglesias de Santa María de Siones y Vallejo de Mena, hoy nos vamos a detener en un pequeño tímpano, menos conocido pero muy interesante.

Se trata del tímpano de San Pelayo de Ayega, una tosca pero encantadora pieza del románico menés. El caserío de Ayega se encuentra en la zona más oriental del valle. Parece ser que en el siglo X se edificó allí un monasterio. La iglesia románica, construida entre los siglos XI y XII según opinión de distintos autores, mantuvo la advocación a San Pelayo, pero conserva pocos elementos de la fábrica original: la cabecera, algunos canecillos y la portada con un curioso tímpano.


El tímpano representa una misteriosa escena: de izquierda a derecha aparece un jinete sobre un caballo, un personaje que somete a un león (¿Sansón?). A continuación cuatro figuras de pie, con los brazos cruzados sobre el vientre y vestidos de larga túnica y seguidos de una persona más pequeña sentada en el suelo con las piernas abiertas y la cabeza en las fauces de un león. En la parte superior, siete bustos con alas.

La escena es tan extraña que se ha interpretado de diversas maneras, aunque siempre teniendo en cuenta la inscripción del dintel:  EGO (S)U(M) PE(L)AGIU(S) CORDUBA


La advocación del templo y esta inscripción nos ponen sobre la pista de este mártir cristiano tan importante en el cuadrante NO de la Península durante los primeros siglos de la Reconquista. Hay una abundante onomástica (1) y toponimia que lo confirma, así como el hecho de que Pelayo sea santo patrón del Seminario Menor de Tuy  (Pontevedra), de Villanueva Matamala (Burgos), de Castro-Urdiales (Cantabria) y de Zarauz (Guipúzcoa).
Su martirio, descrito truculentamente en el santoral, fue por despedazamiento o desmembramiento mediante tenazas de hierro. Tras la batalla de Valdejunquera (920), muchos cristianos del Reino de León fueron llevados prisioneros a Córdoba, entre los que estaban él y su tío, Hermigio, obispo de Tuy. Éste es liberado con el fin de reunir el rescate, mientras que Pelayo queda en calidad de rehén. Se dice que el califa Abderramán III le requirió contactos sexuales, a los que se negó, lo que provocó su tortura y muerte.
Volviendo al tímpano, al principio se pensó que a la derecha se reinterpretaba el martirio de Pelayo, tal vez recordando a los cristianos que lo sufrieron bajo Roma, devorado por un león en presencia de sus captores. Más difícil era explicar el personaje de la izquierda. Por esos brazos tan estilizados se creía que se trataba de un jinete a caballo (tal vez el jefe del grupo), que lo gobernaba con las riendas. La cola del animal desmiente esta interpretación. Se considera, más bien, que se trata de la característica escena de Sansón desquijando al león. 
Así la lectura iconográfica del conjunto, tal vez sin relación con el martirio de Pelayo, se comprende mejor teniendo en cuenta la composición simétrica y la concepción dualista tan querida en el medievo: 
Sobre las figuras terrenales se disponen otras angélicas, creando así una doble oposición, en el plano longitudinal, entre la victoria de la fe sobre el diablo y el castigo del pecador y, en el vertical, entre el plano terrenal y el divino.


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(1) Se conserva en el Museo del Louvre un cáliz y una patena  de plata dorada de procedencia hispana y prácticamente contemporánea a nuestro tímpano con dos inscripciones muy interesantes. La primera, en el cáliz, PELAGIUS ABBAS ME FECIT AD HONOREM SANCTI JACOBI APOSTOLI, del donante, y la segunda, en la patena, +CARNEM QUM GUSTAS NON ADTERIT ULLA VETUSTAS PERPETUUS CIBUS ET REGAT HOC REUS AMEN, dos disticos ecurísticos contra la negación de la transubstanciación por Berengario de Tours.