El valle de Mena es el municipio más al noreste de la comarca burgalesa de Las Merindades, que, además de su importancia histórica, es un espacio de transición donde confluyen tres elementos geográficos: la meseta, la cordillera cantábrica y el Ebro.
El valle de Mena, que limita con Vizcaya al norte y este (aquí también con Álava), con el valle de Losa al sur; y con la Merindad de Montija al oeste, es el único
territorio burgalés en la vertiente cantábrica, adonde, tras unirse al Nervión, vierte el río Cadagua, que constituye el eje del valle, enmarcado al norte y sur por los Montes del Ordunte (con vegetación atlántica) y los Montes de la Peña (recias parameras), respectivamente.
territorio burgalés en la vertiente cantábrica, adonde, tras unirse al Nervión, vierte el río Cadagua, que constituye el eje del valle, enmarcado al norte y sur por los Montes del Ordunte (con vegetación atlántica) y los Montes de la Peña (recias parameras), respectivamente.
En la Alta Edad Media, el valle de Mena es uno de los territorios integrantes de la Castella Vetula o Castilla primigenia, la Al-Qilà de los cronistas musulmanes, y, en este periodo, adquiere una importancia estratégica considerable en el proceso de reconquista y repoblación. Será objeto de una intensa colonización agraria encabezada por campesinos y pequeños monasterios como el de San Emeterio y Celedonio de Taranco, mediante el sistema de presura o aprissio. Los habitantes de estas tierras tuvieron que hacer frente a las continuas razzias o aceifas islámicas especialmente devastadoras hasta la muerte de Almanzor.
Un documento procedente de San Millán de la Cogolla, en el que por primera vez aparece la palabra Castilla y Mena nos informa del proceso. El abad Vítulo y su hermano Ervigio fundaron el monasterio de San Emeterio y San Celedonio de Taranco, el 15 de septiembre de 800. |
Junto a la fundación de cenobios, el otro elemento en el origen de la eclosión del románico en el valle fueron las peregrinaciones, en concreto, el Camino del Santiago, algunas de cuyas rutas secundarias atravesaban el valle de Mena, por su cercanía a los puertos cantábricos y, por tanto, su carácter de puente entre la Meseta y la costa.
A lo largo de los siglos XII y XIII, Plena Edad Media, asistimos al proceso de señorialización o feudalización de las aldeas del valle por parte de las instituciones eclesiásticas –Orden de San Juan de Jerusalén y monasterios de Oña, Tabliega y San Millán de la Cogolla– y los linajes nobiliarios locales –Vivanco, Ortiz, Angulo, Gil o Vallejo–, que se van haciendo con el dominio territorial y jurisdiccional de los núcleos de población. A este momento, corresponde también la introducción del estilo románico en el valle, así como la fundación de la puebla de Villasana, la trama urbana que hoy corresponde al casco histórico de esta localidad.
El valle conserva un conjunto románico comarcal destacable, en el que han pervivido 16 iglesias, monasterios y restos varios. Aunque los monumentos más destacados y conocidos son las iglesias de Santa María de Siones y Vallejo de Mena, hoy nos vamos a detener en un pequeño tímpano, menos conocido pero muy interesante.
Se trata del tímpano de San Pelayo de Ayega, una tosca pero encantadora pieza del románico menés. El caserío de Ayega se encuentra en la zona más oriental del valle. Parece ser que en el siglo X se edificó allí un monasterio. La iglesia románica, construida entre los siglos XI y XII según opinión de distintos autores, mantuvo la advocación a San Pelayo, pero conserva pocos elementos de la fábrica original: la cabecera, algunos canecillos y la portada con un curioso tímpano.
El tímpano representa una misteriosa escena: de izquierda a derecha aparece un jinete sobre un caballo, un personaje que somete a un león (¿Sansón?). A continuación cuatro figuras de pie, con los brazos cruzados sobre el vientre y vestidos de larga túnica y seguidos de una persona más pequeña sentada en el suelo con las piernas abiertas y la cabeza en las fauces de un león. En la parte superior, siete bustos con alas.
La escena es tan extraña que se ha interpretado de diversas maneras, aunque siempre teniendo en cuenta la inscripción del dintel: EGO (S)U(M) PE(L)AGIU(S) CORDUBA
La advocación del templo y esta inscripción nos ponen sobre la pista de este mártir cristiano tan importante en el cuadrante NO de la Península durante los primeros siglos de la Reconquista. Hay una abundante onomástica (1) y toponimia que lo confirma, así como el hecho de que Pelayo sea santo patrón del Seminario Menor de Tuy (Pontevedra), de Villanueva Matamala (Burgos), de Castro-Urdiales (Cantabria) y de Zarauz (Guipúzcoa).
Su martirio, descrito truculentamente en el santoral, fue por despedazamiento o desmembramiento mediante tenazas de hierro. Tras la batalla de Valdejunquera (920), muchos cristianos del Reino de León fueron llevados prisioneros a Córdoba, entre los que estaban él y su tío, Hermigio, obispo de Tuy. Éste es liberado con el fin de reunir el rescate, mientras que Pelayo queda en calidad de rehén. Se dice que el califa Abderramán III le requirió contactos sexuales, a los que se negó, lo que provocó su tortura y muerte.
Volviendo al tímpano, al principio se pensó que a la derecha se reinterpretaba el martirio de Pelayo, tal vez recordando a los cristianos que lo sufrieron bajo Roma, devorado por un león en presencia de sus captores. Más difícil era explicar el personaje de la izquierda. Por esos brazos tan estilizados se creía que se trataba de un jinete a caballo (tal vez el jefe del grupo), que lo gobernaba con las riendas. La cola del animal desmiente esta interpretación. Se considera, más bien, que se trata de la característica escena de Sansón desquijando al león.
Así la lectura iconográfica del conjunto, tal vez sin relación con el martirio de Pelayo, se comprende mejor teniendo en cuenta la composición simétrica y la concepción dualista tan querida en el medievo:
Sobre las figuras terrenales se disponen otras angélicas, creando así una doble oposición, en el plano longitudinal, entre la victoria de la fe sobre el diablo y el castigo del pecador y, en el vertical, entre el plano terrenal y el divino.
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(1) Se conserva en el Museo del Louvre un cáliz y una patena de plata dorada de procedencia hispana y prácticamente contemporánea a nuestro tímpano con dos inscripciones muy interesantes. La primera, en el cáliz, PELAGIUS ABBAS ME FECIT AD HONOREM SANCTI JACOBI APOSTOLI, del donante, y la segunda, en la patena, +CARNEM QUM GUSTAS NON ADTERIT ULLA VETUSTAS PERPETUUS CIBUS ET REGAT HOC REUS AMEN, dos disticos ecurísticos contra la negación de la transubstanciación por Berengario de Tours.